Kevin Carter

Kevin Carter nació en Sudáfrica en 1960, hoy tendría 53 años si no se hubiera suicidado en julio de 1994, a tres meses de haber ganado el Pulitzer

Están por cumplirse 20 años de su triste pérdida, uno de los cuatro míticos fotoperiodistas de aquel famoso Club del Bang Bang

Todos conocemos su célebre imagen tomada el 26 de marzo de 1993 en un campo de refugiados en Sudán. Kevin cubrió aquella historia con dinero prestado y sin mayores expectativas. Como buen observador y gracias a su ojo y sensibilidad privilegiados, observó al niño, al buitre, se acomodó y disparó. 

Nunca imaginó lo que esa foto le cambiaría la vida cuando la sociedad de entonces lo llamaría “Kevin, el segundo Buitre”. Días después la publicó en primera plana el New York Times y un año más tarde recibió la noticia como ganador del Premio Pulitzer de 1994. 

Tres meses después estaba muerto dentro de su automóvil a consecuencia de un acto suicida envuelto en la neblina de la depresión. Kevin fue víctima de un sector del gremio, que muerto de envidia lo ridiculizó y cuestionó hasta el cansancio, sembrando la duda: ¿qué había hecho Kevin Carter para evitar que el buitre se comiera al niño? Carter, nunca supo como responder. 

Hoy sabemos de acuerdo a una nota del diario español El Mundo, que aquel niño vivió al menos hasta 2008, cuando murió por una enfermedad local y que nunca fue devorado por ese buitre, y que justo en aquel momento sus padres estaban a escasos 70 metros recibiendo ayuda internacional. 

Su nombre era Kong Nyong y fue uno de los niños refugiados de aquel campamento por desnutrición severa. La noche que Carter recibió el Pulitzer, le escribió a sus padres en Johannesburgo: “No puedo esperar para mostrarles el trofeo. 

Es la cosa más preciosa y el más alto reconocimiento sobre mi trabajo que pueda recibir.” Sin embargo, nunca pudo lidiar con el “glamour” de ese premio, ni con su vida, ni con sus historias; mucho menos con el desdén de un contexto profesional que le puso la lupa desde entonces, más una sociedad ignorante que bombardeaba al NYT con cartas preguntando por el niño y la frialdad del fotógrafo. 

Cuando lo encontraron muerto, vieron una nota en el asiento del pasajero, “El dolor de la vida prevalece sobre la alegría, hasta el punto en que no existe la alegría.” Entre versiones confusas, en la nota suicida que se encontró aquel día, también se detallan otras angustias del propio Kevin: “Estoy atormentado por los recuerdos de los asesinatos, los cadáveres, la ira y el dolor […] del morir de hambre o los niños heridos, de los locos del gatillo fácil[…]”. 

En resumida cuentas, Kevin Carter se suicidó por un cúmulo de presiones, de stress, de angustia generalizada como consecuencia de lo vivido en los últimos años de su carrera. 

Esta foto fue la gota que derramó el vaso, pero fundamentalmente a Kevin lo mataron los chismes, la ignorancia del lector “promedio”, la mezquindad de algunos de sus colegas que no se cansaron de llamarlo “suertudo de quinta” y finalmente el peso de un Premio que si bien debería ser un orgullo y catapulta para otros proyectos, en su caso fue más rapaz que el mismo buitre que fotografió y que jamás se comió al niño. ¿ Debemos entonces los fotoperiodistas, prestarle atención a los dimes y diretes que provocan nuestras imágenes ?